Domingo Alberto Rangel M.
Rebelión del 4 de febrero: ¿Negocio de militares ambiciosos o un caso de "dignidad? |
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Por estos días estamos
de efemérides. Se cumplen catorce
años del golpe de estado frustrado con el que se inició la vida pública del presidente Chávez. También hay otro
aniversario digno de tener en cuenta toda vez que el gobierno nacional cumple siete años. Por si fuese poco hace
rato que comenzó la campaña electoral y las ofertas se multiplican. Con relación a la primera fecha hago constar que tras la épica militarista que busca engalanar el 4 de febrero de
1992, ahora cuando sus jefes están en el poder, hay a mi juicio un deseo de legitimar, disfrazándolo de otra cosa, lo que
en el fondo todos saben que fue un levantamiento militar en el que el pueblo no se involucró porque en 1992 las masas prefirieron
ver los toros desde la barera. No es en todo caso la
primera vez que esto sucede en Venezuela porque la democracia adeca también vistió de revolución al golpe de estado
del 18 de octubre de 1945. Basta leer los libros
de texto de los cuarenta años, como socarronamente denomina el comandante Hugo Chávez al período puntofijista, para darse
cuenta de la mixtificación. A tal respecto contesto
como todo liberal lo haría: No es grave que en una democracia pluralista por declaración constitucional,
unos textos escolares hicieran énfasis en la naturaleza golpista del 4-F y que otros textos escudriñaran
las verrugas existentes en la democracia puntofijista como base de las razones que llevaron a Hugo Chávez
a levantarse en armas contra un gobierno legítimo como era el segundo de Carlos Andrés Pérez. Pero, el asunto se hace
más complejo cuando uno escucha la profesora Xiomara Lucena, vice ministra de
Educación Básica, recordando que la educación "no es negocio sino asunto de estado". Allí es cuando uno tiene que tragar grueso para estar dispuesto a transigir con quienes afirman que es el estado
quien tiene todos los derechos para educar a los niños como a la burocracia de turno se le ocurra y que los padres no tienen
vela en ese entierro porque en un país dónde la única prédica que se escucha es la del estatismo socialista, hay demasiada
gente con el cerebro lavado y a la razón no le queda más remedio que negociar lo mejor que se pueda. El tema da para mucho
más que estas líneas pero no las voy a despachar sin esbozar al menos una solución de compromiso que le permita
a unos –los estatistas- y otros –los liberales- convivir en paz sin tener que declararse la guerra. LA MALA EDUCACION La “educación”
como plantea la ciudadana Lucena, ni se circunscribe a caletrearse el pensum prescrito por el Ministerio de Educación Básica
porque en Venezuela hay mucho “mal educado” hasta con doctorados y en el exterior, ni tampoco
puede llegar a ser tan caótica como pretenderían los extremistas del estado minúsculo cuando proponen una educación de “cero
reglas” lo cual sin dudas pondría en peligro la existencia de la nacionalidad porque en cada aula se dirían
cosas contradictorias, en el idioma que a cada uno se le ocurra y así es imposible lograr el común denominador
que exige cada nacionalidad para garantizar la propia existencia. Una entente civilizada
podría acordar que en las escuelas venezolanas se dictasen unas materias obligatorias –las que afianzan
las características específicas de nuestro pueblo, y también las que introducen al alumno al estadio de civilización contemporáneo-
y otras electivas que cada escuela puede desarrollarlas con absoluta libertad. Una revolución de esta naturaleza también incorporaría que los libros
de texto los escoja cada profesor pero dándole chance a cada alumno para usar el libro que el o sus padres crean conveniente. Así se abarataría el
costo de la educación que no es poca cosa en un país empobrecido, al tiempo que se erradicarían los profesores que a su vez
fungen de agentes de venta en por cuenta de la industria editorial; pero sobre todo se estarían educando
ciudadanos capaces de razonar por su cuenta porque eso de que los venezolanos que ahora tienen 25 años crean que el golpe
de estado de Pérez Jiménez y Rómulo Betancourt fue una “revolución”, mientras que el golpe de
estado de Hugo Chávez fue una “infamia”, mientras que los venezolanos que en estos momentos están
en las aulas asumen todo lo contrario, no es otra cosa que un gran disparate producto del estatismo que en materia
de educación ha causado mucho daño. Con razón hay pensadores que recomiendan que la educación no incluya, hasta por lo menos el nivel de post grado,
materias y asuntos que involucren hechos políticos de data más o menos reciente. Termino entonces con
el 4 de febrero y paso al aniversario del gobierno. LA DIGNIDAD DE LOS LADRONES Según cuenta el Presidente
fue la “dignidad” lo que motivó a una “juventud militar” a insurgir hace 14 años.
También dice que el país ahora "esta mejor". Bien, a pesar de ser
un demócrata que respeta las reglas de juego, no soy quien y hasta prefiero ser indulgente cuando juzgo las razones que llevaron
a Chávez, Arias Cárdenas, Acosta Chirinos, Urdaneta Hernández y tantos otros a levantarse en armas contra el gobierno. La Venezuela de entonces daba tumbos como corresponde a un país gobernado por una pandilla de estatistas cretinos
como lo fueron los últimos adecos y copeyanos que con masistas, causaerrecos y otros socialistas de distintos pelajes, se
repartían el botín hace década y media. Por tanto acepto como
moneda buena lo que dice el Presidente cuando hablando de si mismo saca a colación el tema dela “dignidad”. Entonces acepto que se
levantaron los del MBR 200 a causa de la “dignidad” herida, la de ellos y la de la Nación representada
por tantos “excluidos” de cuya existencia no se querían acordar los políticos puntofijistas. Bien, pero, a 7 años
de gobierno cabe preguntar ¿dónde fue a parar la “dignidad” de los alzados en armas el 4 de febrero de
1992? No pienso meterme con
el Presidente porque terminaría librando una batalla asimétrica donde de antemano mi palabra llevaría las de perder. Si, por razones de comodidad
analìtica dejo tranquilo a Hugo Chávez como hombre “digno”, pero, ¿qué tanta “dignidad”
tienen los que ayer no tenían ni carro y ahora poseen no solo mansiones, sino fábricas enteras, edificios aquí y en el extranjero? ¿Y dónde dejaron la “dignidad” aquellos fogosos y arriesgados miembros de la "juventud militar" del 4-F
que a 14 años, de la noche a la mañana se han colocado en posición de codearse con los hombres y mujeres más ricos del país? Cuando uno ve a los hijos
de estos prohombres del oficialismo dándose la gran vida, guardando como ardillas el botín en bancos “off shore”,
invirtiendo en casas de Miami porque para eso no hay guerra con mister Danger, a uno, no le queda otra cosa que recordar
pasajes similares de la historia venezolana, la que no narran por cierto los narcotizantes libros de texto que en
Venezuela suelen embutirle en el cerebro a los pobres escolares, me refiero entonces a ese hecho ocurrido una
vez cuando en medio de uno de los gobiernos del general Gómez, relacionados del general Velutini le reclamaban en
confianza al amigo la cuantía de sus desafueros administrativos y Velutini les contestó: “Yo robo para que mis
hijos y nietos no tengan que robar”. O cuando aquel Presidente
de AD llamado Gonzalo Barrios y del cual ya casi nadie se acuerda, dijo con lengua enrevesada y prosa extraña que "Venezuela
era un país en el que no había razones para no robar”. Así cualquiera es “digno”. El problema estriba en
que no estamos en el país de Jauja sino sobre una tierra real y primero no hay para que todos “roben”
y en todo caso el que unos roben y no les pase nada termina incidiendo negativamente en la producción y productividad nacional
como ya lo hemos visto en los cuarenta años y también en estos siete. Porque las consecuencias de esa hija del socialismo estatista que usualmente acompaña en régimenes de esta naturaleza
al acto de gobierno, valga decir la lenidad administrativa, termina empobreciendo a la gente ya que al darle a todos
por igual, hasta la posibilidad de robar descaradamente, la tendencia final corre hacia “la baja”. Si, “a
la baja”, como el país, por más que el Presidente diga lo contrario. |
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